lunes, 2 de noviembre de 2015

Los desechos electrónicos están en constante crecimiento al igual que sus consecuencias. ¿Podemos hacer algo para remediar esto?

 

Querer tener el último gadget del momento, comprar una nueva computadora, adquirir un dispositivo que sea por necesidad o gusto son acciones típicas y comunes en nuestro día a día actual. Pero, ¿Qué sucede con “lo viejo”? ¿Dónde para lo que desechamos? ¿Cuáles son sus posibles consecuencias? ¿Qué tan culpables somos de la acumulación de chatarra electrónica?
Preguntas e incógnitas que podrían multiplicarse hacia el infinito y más allá. En esta ocasión queremos mostrarles qué son los desechos tecnológicos, sus causas y consecuencias tanto a presente y a futuro. Y, lo más importante de todo, que sea un motivo de reflexión personal para cada uno sobre nuestros hábitos y comportamientos.


Contaminación

Según Wikipedia, se define como chatarra electrónica, desechos electrónicos o basura tecnológica (e-waste o WEEE, en inglés), a todo dispositivo alimentado por la energía eléctrica cuya vida útil haya culminado (según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico).
De modo complementario, se denomina obsolescencia programada u obsolescencia planificada a la determinación, la planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio, de modo tal que tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa durante la fase de diseño de dicho producto o servicio, éste se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible.
A nivel mundial se producen 50 millones de toneladas de desechos electrónicos por año. Según estimaciones, cada habitante del planeta produce, en promedio, 3 a 3,5 kg de chatarra tecnológica por día. O, si quieren hacerlo un poco más diferenciado; en Argentina cada persona ocasiona 2,5 Kg de este tipo de basura por día. En Estados Unidos son 15 kg cada habitante, y en Europa 20 kg; por solo nombrar algunos ejemplos.
Esto no es algo que afecta a algunos pocos, sino es una situación a nivel mundial. Mientras los aparatos están en funcionamiento no presentan ningún tipo de riesgo, salvo el dióxido de carbono que puedan producir; pero al ser desechados en basurales comunes, estos artefactos reaccionan con el agua y la materia orgánica liberando tóxicos al suelo y a las fuentes de aguas subterráneas. Y ahí es cuando la contaminación se torna más seria.
 
Profesionales de la salud detallan los problemas que suponen para el organismo materiales como el plomo (perturbaciones en la biosíntesis de la hemoglobina y anemia, incremento de la presión sanguínea, daño a los riñones, abortos, perturbaciones del sistema nervioso y disminución de la fertilidad del hombre), el arsénico (que resulta letal), el selenio (desde sarpullido e inflamación de la piel hasta dolores agudos), el cadmio (diarrea, dolor de estómago y vómito severo, fractura de huesos, daños al sistema nervioso, e incluso puede provocar cáncer), el cromo (erupciones cutáneas, malestar de estómago, úlcera, daños en riñones e hígado y cáncer de pulmón), el níquel (afecta los pulmones, provoca abortos espontáneos).
Uno de los dispositivos que más preocupa a ambientalistas son los teléfonos celulares, los cuales contienen en sus baterías componentes altamente tóxicos como: el litio, el níquel o el cadmio.


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